Aprendí otros idiomas sin gran preocupación, en
la calle. Hablo un inglés de portero, un portugués de analfabeto, balbuceo un
francés de vendedor callejero llegado de Ubekistán y un alemán infantil de un
error atrás del otro. En el caso del chino me asombra lo uniformemente
extendida que está entre muchos de los profesores que conozco la dureza. Si me
equivoco se me dice que "está MAL" en lugar de "es corregible o
mejorable". Si se me ocurre suponer o inventar, sufro una condena. Siento que el idioma chino es sagrado, y que
lo estoy tocando con las manos sucias. Si me equivoco, cometo una afrenta
contra algo tan venerable que sólo cabe que me arrodille y solo me pare cuando
pueda decirlo de modo perfecto.
Me resulta muy desalentador.
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