Éramos Jenny y Jackie, Polo, Ignacio, Anita, Vivi, Alejo,
Solange, Juan y yo.
La mitad chinos, la otra mitad argentinos. Y yo, que soy mitad
y mitad.
Todos hablaban chino.
Excepto yo.
Bueno, sé contar hasta 100 si no me apuran. Y sé decir son las
ocho en punto. Y sé decir tren: huo guo. Fuego y máquina, me parece.
Huo es fuego, estoy seguro.
Todos estábamos allí para comer huo guo, fuego y olla. Nombre
elemental si los hay. Y el plato es ciertamente elemental: una sopa a la que se
le van arrojando todo tipo de ingredientes para luego ir pescándolos cocinados.
Sopa, fondue, huoguó.
Que, no por elemental es menos fértil en posibilidades de sabores,
combinaciones y sofisticación.
El caldo, según me contó la dueña rozagante, vivaz y
rellenita, con los cachetes encendidos, parecida en total al huoguó, lo
preparan durante un día entero.
Le fuimos echando nabo, vaca, cordero, lechuga, masa,
kanikama, lechuga, papa. Lo que pescamos lo poníamos en el bol de cada uno,
adonde habíamos puesto salsa de maní, de ajo o picante.
La olla estaba dividida, una parte sin picante y la otra
picante. A esa olla le llaman patos mandarines, porque los patos mandarines
siempre andan en pareja y la hembra es de un color y el macho de otro.
Uno de los argentinos tiene nivel HSK 5. Cuando lo contó los
demás le hicieron reverencias. Hace 7 años que estudia.
Solange y Vivi acaban de llegar de China, donde estuvieron un
año. Ya habían estado antes. Son fans de China. Tienen un emprendimiento
"Extraño tanto a China". Es el nombre de empresa más honesto que
conozco. Es como si hubiesen montado la empresa para poder decirle eso a todo
el mundo. Hacen bolsos y artículos que llevan la frase "Extraño tanto a
China". La gente los compra y lleva por todas partes la confesión.
Ana Belén fue desapercibida alma mater de la cena. Nunca ha
averiguado qué tiene el Extremo Oriente que la atrae como el fuego a las
grullas. Aprende el idioma chino, ganó un concurso por el que viajó a Beijing,
trabaja para una empresa china, la mitad de sus amigos de facebook son chinos.
Jacky es de Wuhan y Jenny de Urumqi. Una estudia marketing, la
otra trabaja en una organización dedicada a la promoción de la cultura china.
Ambas vinieron a estudiar español.
Alejo me recomienda un traductor inglés-chino y las chicas me
agarran el celular con esa confianza deliciosa que conozco de los chinos, que
hacen sentir que la propiedad privada es siempre propiedad familiar, y me bajan
otro diccionario más.
A Jenny le pido que me traduzca un pequeño discurso con el que
pretendo presentarme en mi viaje a China.
Viajaré en cinco días.
Jenny traduce con asombrosa facilidad y rapidez. Una vez vino
a nuestro programa de radio, De Acá a la China. Hace unas semanas la contacté
para ofrecerle llevarle una carta a sus padres en Urumqi y me dijo que sus
padres me esperarán allá.
Lo anunció con una naturalidad y una soltura que no estaba a
la altura de mi alegría. La hubiera abrazado y tirado para arriba.
Y lo mismo hubiera hecho con Polo cuando me dijo que su papá
me recibiría en Lanzhou. También me lo comunicó como si no tuviera mayor
importancia, y mi corazón me golpeaba el pecho desde adentro.
Polo es fotógrafo de la revista Horizonte Chino, una de las
tres revistas que edita para sí la colectividad china en Argentina.
Una tarde Polo vino a casa y me explicó cómo era Lanzhou y
vimos su casa en Google Earth.
Juan es el tercero de esa mesa que consiguió emocionarme al
invitarme abiertamente a su pueblo, Guilin. Tenemos el mismo apellido, nos
decimos mutuamente Primo.
Nunca puede llegar a ningún lugar sin perderse. A veces se
pierde mucho. Pero al final llega. Siempre llega. Y llega corriendo, pidiendo
disculpas, quejándose de sí mismo y riéndose.
No hay modo de no querer a mi primo.
Dice que nació un día domingo y que se llama Juan, y como vino
a vivir a la Argentina, ¿qué nombre puede ponerse sino Juan Domingo? Luego
agrega “Yo nací peronista”.
No podemos parar de reír.
Estamos encantados de estar juntos. De la serenidad de Polo,
de la amabilidad y belleza que irradian Jenny y Jackie, de la pasión de los
argentinos por China y del disparate andante que es Juan, Juan Domingo, el
peronista.
Todos comimos de la misma olla.
A veces se habló en chino, a veces en español.
Hice muchas preguntas para que me guiaran en mi viaje. Recibí
muchas respuestas buenísimas: que en el tren duerma en la litera de arriba, que
duerma en la de abajo, que no regale paraguas, que lleve dulce de leche, que
vaya a Yangshuo, que compre todo lo que necesito allá.
Juan Domingo me acompaña caminando hasta mi casa, como si
estuviéramos en Guilin. En el camino nos reímos y nos contamos muchas cosas.
Quiero convencerlo de que me deje hacerle una prueba para un
programa de TV de cocina china.
Al final, además de primos, somos más amigos.